En un claro del bosque vi un sendero
y lo seguí, confusa e intrigada;
la espesura cerrada
daba, de pronto, paso a un caserío,
o, más bien, a un vestigio del pasado.
El olor de la menta y el romero
y el rumor de algún río
sorprendieron, alegres, mis sentidos
que gozaron absortos, complacidos.
Me adentré sin tardanza
y mis ojos pudieron contemplar
los restos de otro tiempo
en el silencio opaco del lugar.
Las ventanas abiertas, sin cristales,
y los techos sin tejas;
derruïdos portales
y retorcidas rejas.
Por los rincones, restos de recuerdos:
vidas y muertes, penas y alegrías;
ecos de amores, tras las celosías...
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